Revolución Mexicana de 1910

En el contexto mundial de la Revolución Industrial, los adelantos tecnológicos y la organización fabril modificaron la economía mundial de modo que las comunicaciones y el transporte comenzaron a marcar la diferencia. Un nuevo recurso energético se convirtió en el basamento de la prosperidad mundial: el petróleo.

A finales del siglo XIX, Porfirio Díaz maniobraba políticamente con intereses de potencias industriales interesadas en la explotación de los subsuelos mexicanos, en vías de ser descubiertos como los recipientes petrolíferos más abundantes del mundo.




Busto de Porfirio Díaz de autor desconocido (finales del siglo XIX).
Bronce, 51 x 23 x 97 cm.
Colección Museo de Historia Mexicana (Monterrey, N.L, México).

La decadencia del mandamás mexicano le abrió la puerta a las intrigas políticas estadounidenses, completamente manipuladas por el capital privado, para promover una insurrección que ensalzase a un presidente afecto a sus intereses.

Francisco Ygnacio Madero, joven acaudalado, hijo de hacendados, educado en Estados Unidos y Europa, surgió en el ambiente político mexicano. Sin experiencia política, pero con un repentino arrastre popular sin límites cuando se erigió como candidato opositor dentro de un intento de simulación democrática de Don Porfirio, fue objeto de atención de los intereses estadounidenses.

Ante la negativa de Díaz a dejar el poder civilmente, Madero se dejó llevar por los promotores de la vía violenta. Desde la ciudad de San Antonio, Texas, donde firmó el Plan de San Luis, la Revolución de Madero se lanzó con patrocinio y armas estadounidenses.

El viejo Díaz, ante el desorden que se avecinaba, decidió retirarse a Europa sin presentar gran resistencia. “Madero ha soltado al tigre; a ver si puede domarlo” exclamó Díaz.

Madero tomó el poder a los 38 años recién cumplidos. Antes de que pasara un mes de ello se rebeló contra él Zapata por incumplir el reparto de tierras. Antes de dos se le rebeló Pascual Orozco llamándole traidor a la patria. Decepcionó también a terratenientes y comerciantes, dada la paralización de la economía por causa de aquellos descontentos.


Retrato de Francisco Ygnacio Madero por José Joaquín Romero (1911).
Óleo sobre tela,104 x 74 cm.
Colección Museo de Historia Mexicana (Monterrey, N.L, México).

Lo más grave fue el descontento de los inversionistas internacionales que habían favorecido su encumbramiento en aras de explotar el subsuelo sin contratiempos ni impuestos. Les pareció inconcebible que Madero, catapultado hasta las alturas por las fuertes inversiones de ellos, decidiera al final cobrarles un impuesto que no tenían previsto.

La Primera Guerra Mundial se avecinaba y las industrias bélicas esperaban estar listas para lucrar sin contrariedades. Nuestro país era el terreno más fértil del mundo de entre los que se pensaban utilizar pasta abastecerse de crudo para combustible.

Nada resultaba tan fácil como cambiar al presidente cuyas carencias políticas lo estaban enemistando con todos. El embajador estadounidense Henry Lane Wilson y Victoriano Huerta se prestaron para derrocar y asesinar al inhábil y joven político.

Madero no logró domar al tigre ni por breves instantes. Aunque aparentaba mayor edad, sus ojos los cerró para siempre meses antes de cumplí los cuarenta años.

19.11.2014


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